Me encuentro en el antiguo poblado de Caperneum al norte del mar de Galilea sin mayor compañía que la de unas garzas y lagartijas que pasean por el embarcadero. Desde allí se ven las ciudades de Tiberíades y Ein Gev, cada una en costas opuestas del lago. Continúo caminando hasta el río Jordán bajo el tórrido sol, aburrido, pero disfrutando del paisaje. En el camino me encuentro un caballo muerto en el arcén, hinchado y con la lengua fuera. Para animarme decido poner a los Creedence y los Rolling en el teléfono e ir cantando por la carretera, y de esta forma mantener un buen ritmo andando. Casi una hora después llego al río Jordan sin otra intención que meterme en el mismo río en el que dicen fue bautizado el mismísimo Jesús de Nazaret. Mis intenciones sin embargo son mucho menos bíblicas que las del mesías y tan sólo aspiro a redimirme del infernal calor israelí.
Vuelvo andando a donde me apeé y me siento a esperar al autobús a la sombra de un árbol. Al rato aparece el bus, y yo, encontrándome a un metro del poste de la parada, junto al árbol, comienzo a agitar vigorosamente los brazos. El conductor, sin inmutarse demasiado, me mira, señala la parada con el dedo y continúa impasible su viaje hacia Tiberíades sin reducir un ápice la velocidad del autobús. El muy cabrón me ha dejado tirado bajo un sol de justicia sabiendo que el siguiente bus pasará en una hora.
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Cinco días antes, en una fiesta de cumpleaños en Tel-Aviv, una chica llamada Hadar me ofreció alojarme en su casa de Kfar Haruv en caso de que mi viaje por Israel me llevara por el Kineret, es decir, el mar de Galilea. Anteayer, en Haifa, contacté con ella para comentarle mi plan de visitar Tiberíades, la cual a pesar de que no podría estar en su casa en esas fechas, se aseguró de que un amigo suyo me diera la llave para poder alojarme durante todo el fin de semana allí. Todo un gesto de generosidad por parte de una desconocida que jamás olvidaré.
Para llegar a Kfar Haruv debo tomar como muy tarde el autobús de las 15:30 en Tiberíades, al cual, dado que he perdido este autobús, no podré llegar a tiempo. Debido al Shabbat el horario de autobuses termina antes de lo habitual. Desde Caperneum a mi hostal hay unos 15 kilómetros de distancia, es cerca de la una de la tarde y decido ponerme en marcha haciendo autostop en el camino.
Tan sólo diez minutos después una pareja de judíos se detiene a mi lado y se ofrece a acercarme hasta Migdal, a medio camino de Tiberíades. Desde allí la distancia se reduce a unos 6 kilómetros y a pesar de que la afluencia de coches es mayor nadie se ofrece a llevarme al centro. Llego agotado al hostal, con los brazos quemados y sin una gota de agua, recojo mis cosas y pido que me dejen darme una ducha aunque ya haya hecho el checkout. Corro a la parada y compro agua en un puestecillo de la estación. Lo he conseguido, estoy en el autobús 51 hacia el kibutz Kfar Haruv.
El autobús me deja en Afiq, al este del lago y tengo que andar el resto del camino hasta Kfar Haruv, a unos 5 kilómetros de la parada. Confío en que alguien me lleve en autostop pero la carretera está muy vacía. Junto a mi se ha bajado un hombre, el cual no acierto a saber si es joven o no. Dice que me vió en el autobús y me pregunta qué demonios hago aquí, en medio de la nada. Le pregunto lo mismo.
Su nombre es Roy, ha estudiado arquitectura, tiene mujer y una hija. Carga con una gran mochila y unos patines, comenta que va a casa de un amigo suyo, el cual vive casualmente en el mismo kibutz al que voy yo. Una chica se detiene, nos pregunta adónde vamos, y nos acerca hasta la entrada del kibutz. Allí me encuentro con Avichai, el amigo de Hadar, quien me lleva hasta la casa y me da las llaves. Nos comenta que la cena es a las 19:00 en el comedor común del kibutz. Para mayor casualidad resulta que la casa del amigo de Roy no sólo está en el Kfar Haruv, sino que es la casa de al lado de la de Hadar. ¿Qué probabilidad había? ¿Cuál es la probabilidad de que me inviten a un kibbutz en Tiberias, me dejen ir a pesar de no estar los dueños, y de que encima me tope con un tipo en medio de la nada que va a la casa de al lado de la mía? Roy me pregunta sobre mis estudios y aprovecha para hacerme algunas preguntas extrañas.
— ¿Si me conecto desde aquí a mi correo hay alguna posibilidad de que me rastreen hasta aquí? ¿Me podrían encontrar? — Insiste — ¿Podría entonces utilizar tu teléfono? — Pregunta, dejando claro que no es mera curiosidad.
— Depende de quién te busque. Si fuese yo quien te buscase no sabría por donde empezar, pero si se tratase del Mossad entonces por supuesto que sí. Todo depende de los medios que se tengan. — Le respondo y acto seguido pregunto por qué le interesa tanto el tema.
— I am on the run [Estoy huyendo] — Susurró mirándome a los ojos.
Me dejó helado. ¿Huyendo de qué? ¿Quién demonios es este tipo que va a pasar el fin de semana en la casa de al lado mío? No puedo ir a ninguna parte hasta el Lunes. Trato de no mostrarme asustado y continuar como si aquello fuera lo más normal del mundo. Tenemos tiempo hasta la cena y nos han comentado que hay una piscina y una poza donde bañarse así que optamos por ir a la poza a darnos un baño rápido porque la piscina está cerrando
Durante el camino Roy sigue haciendo preguntas y me cuenta su historia. Dice que realizó una llamada desde una ciudad, en casa de un amigo, y que nadie sabía que estaba allí, salvo ellos dos. Un rato después la policía llamó a casa de su amigo preguntando si había visto a Roy. Éste dijo que no pero a pesar de todo la policía apareció en la casa media hora después. Para entonces Roy ya se había ido. ¿Quién es este tipo? ¿Qué ha hecho para que le busquen de esta forma? Nos perdemos un poco de camino a la poza pero al final damos con ella.
— No puedo creer que me haya topado contigo aquí, en un lugar tan remoto, justo tu que puedes responder a mis preguntas. — Dice mientras aparta unas plantas del camino.
¿A quién estaba prestando mi ayuda? ¿Tenía opción? Decido preguntarle directamente.
— ¿Qué has hecho?
— Tengo problemas psicológicos y necesito tomarme unas pastillas. Soy una especie de... maníaco — Responde mientras se mete en la pequeña poza.
En inglés utilizó “maniac” pero seguro que hay un término más apropiado que maníaco para traducirlo, o eso espero. Me pregunto qué clase de maníaco será. ¿De esos que te piden ayuda y luego te ahogan en una poza en medio de un kibbutz perdido entre Galilea y el Golan? Decido no bañarme con la excusa de que está fría y nos vamos a cenar, llegamos algo tarde y Avichai debe estar preguntarse dónde estamos.
Mientras volvemos me cuenta que su padre dijo a la policía que estaba mal de la cabeza y que cuenta con muchos recursos para encontrarle. Su psiquiatra ha dejado de tratarle y me explica que los que toman la decisión sobre si debe ir o no a un hospital son los jefes psiquiátricos de la región. Él solo quiere estar dos meses sin que nadie le moleste, tomando sus pastillas, ya que para entonces los análisis de sangre serán correctos y les costará justicar el ingreso en el hospital.
Durante la cena apartamos la conversación anterior y hablamos con Avichai sobre los altos del Golán y otros lugares que visitar por la zona.
— Fue un error — Dice cuando le pregunto por los patines con el fin de amenizar las cosas.
— Es estúpido traerlos aquí que todo es tierra. — Comento.
— Bastante, sí — Se ríe.
Su amigo resulta no estar en el kibutz y tendrá que irse a Tiberias a dormir porque aquí no puede quedarse. Me pide el teléfono para realizar una llamada por Skype y mirar el correo. Si alguien pregunta no tengo porque saber que está huyendo. Parece bastante cuerdo pero nunca se sabe. No pudimos despedirnos ya que se fue mientras me duchaba, aunque tampoco le echaré de menos. Alguien le llevó en coche a la ciudad. No volví a saber de él durante todo el fin de semana. Me voy al pub del kibbutz pensando qué será de Roy.
Es curioso que su historia se haya cruzado con la mía. Trato de hacer balance del día. Quién me iba a decir que iba a empezar bañándome en el río Jordán y acabar en un kibbutz en el lado este del mar de Galilea, cerca de la frontera con Siria, tomando algo en un pub mientras suena Pink Floyd. Y todo esto obviando lo del maníaco Roy. Me tomo algo con Avichai, echamos unos billares y me voy a casa.
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Al día siguiente, tras dormir como un tronco y pasar la mañana por el kibutz decido ir a aquella poza donde se bañó Roy. Esta vez la tenía toda para mi. El agua de la poza viene de un pequeño manantial y aunque no se ve el fondo parece no cubrir demasiado. En ella hay un pez, ¿De dónde habrá salido? Me doy un baño y hago unas fotos del atardecer. Desde allí se ve todo el mar de Galilea y la ciudad de Tiberíades. El viento rasga el agua del Kineret y los pájaros planean aprovechando el aire caliente que sube por acantilado.